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En la misma Plaza Nueva, nos situamos de espalda al ayuntamiento, y a nuestra izquierda nos encontramos con la Capilla de San Onofre, como ya hemos comentado uno de los dos vestigio que nos queda del Convento Casa Grande de San Francisco de Sevilla que, además de su templo, poseía diversas capillas en su recinto.
Según nos cuenta la leyenda, San Onofre fue hijo de un rey egipcio o abisinio y que vivió en el siglo IV. El demonio instiga a su padre para que lo pase por el fuego como prueba de si era hijo bastardo. Onofre sale ileso. Fue criado en un convento de la tebaida egipcia (monjes que vivían en el desierto). Al crecer se aparta de él y vive como ermitaño. La leyenda cuenta que una columna de fuego lo acompañó hasta la ermita. Se alimenta con dátiles y agua. Se viste con sus propios cabellos. Un ángel le llevaba pan y los domingos la Eucaristía. Vivió de esta forma 60 años.
Al atravesar la puerta se ingresa en una capilla fundada en 1520 por la Hermandad de las Ánimas de San Onofre, cuya misión principal era propiciar que se oficiasen misas por las ánimas del purgatorio, en ella podemos admirar cuatro retablos y algunas pinturas.
El retablo de San Onofre, encargado a Gaspar de la Cueva a finales del siglo XVI, fue finalmente realizado por Juan Martínez Montañés y Francisco Pacheco a partir de 1604. De Pacheco son las pinturas que decoran esta arquitectura lignaria y de Montañés la carpintería
El retablo mayor es de Bernardo Simón de Pineda (1678-1682) y constituye un notable ejemplar del arte hispalense del pleno barroco, con amplio camarín y columnas salomónicas. Lo preside la imagen de la Inmaculada Concepción, flanqueda por las representaciones de San Fernando y San Hermenegildo, relacionadas con el arte de Pedro Roldán.
Un altar dedicado a Las Ánimas y a la Virgen de Candelaria (revestido de azulejos) y otro a San Laureano (también de Pineda, 1693) completan el repertorio retablístico de esta pequeña capilla.
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